miércoles, 26 de marzo de 2008

Madrelola

Hola a todos: Ayer tropecé con mi primo Blas en la calle Juan Rejón en el Puerto. Bueno realmente es primo segundo pero el cariño es el mismo. Sigue viviendo por esta zona y junto a su hermana María y su tía Saloya, son la familia de gente de mi generación por parte de mi madre que viven en La Isleta. Por aquí cerquita, a un tiro de piedra de la Puntilla que es tanto como decir de la playa de las Canteras, tenía mi abuela, Madrelola, una casita de madera de las pocas que quedaban de tiempos anteriores. Era una casita pequeña con un pasillo central y dos habitaciones una a cada lado, con puerta y ventanas a la calle, cocina y retrete, una enredadera y unas piedras al fondo formando un muro que lindaba con las casas de atrás. Los tabiques interiores eran de madera al igual que las paredes exteriores; a éstas se le ponían sacos, o arpillera, con manos de cal blanca para darles consistencia. Un tronco en el techo servía para sostener la techumbre a dos aguas. No tenía luz eléctrica y tenían que alumbrarse con candiles o con carburo y al no estar enganchada a la red de alcantarillado tenía un pozo negro. Aquí sacó adelante mi abuela a sus hijas y a parte de sus nietos en una vivienda que comparada con las actuales, con agua caliente y fría y vitrocerámica y demás artilugios, no debía ser ser muy cómoda.



Madrelola no se preocupaba por ello, y si se preocupaba nunca se quejó al menos delante de mí. Era pobre y trabajó durante años como cocinera en casa de unos señores ingleses porque tenía muy buena mano para la cocina y así sacaba a su gente adelante. Era mujer elegante y conservó su belleza hasta la vejez. Yo iba a visitarla algunas veces y ella acostumbraba a venir a casa de mi madre los domingos en que nos hacía el puchero o la sopa o lo que fuera en aquellos años en que se comía carne solamente una vez en semana. Pasaba el día con nosotros y cuando regresaba a su casa, Sultán nuestro perrillo, la acompañaba hasta la parada trotando hasta que subía en la guagua. Tenía mi abuela manos de oro para hacer ganchillo. Sus últimos años los pasó en casa con nosotros, hija, nietos y biznietos, y pasaba horas sentada dándole a la aguja para hacer con el hilo verdaderas filigranas. Hacía paños a los que, poniéndole almidón para endurecerlos, le daba forma de volantes a los que llamábamos bailarinas. A Loli y a mí nos regaló una preciosa colcha de cama de matrimonio que conservamos, hecha poquito a poco, roseta a roseta hasta acabarla.



El ganchillo, conviene aclarar para la gente nueva, no es lo mismo que el bordado ni éste lo es del calado. El ganchillo se hace con una aguja terminada en un gancho con la que se va haciendo cadenetas hasta conseguir la pieza deseada, el bordado consiste en pasar hilos de diferentes colores haciendo puntadas en la tela hasta lograr cuadros de flores o de cualquier otro motivo decorativo, y el calado se hace sacando hebras de la tela que va cogida a un telar de madera dejando florituras en ella. Mi abuela era una artista haciendo ganchillo, te lo aseguro, y es una pena que estas artes se vayan perdiendo entre las nuevas generaciones, aunque en algunos municipios -tal el caso de la Villa de Ingenio- aún se conserva estas tradiciones de nuestra isla de Gran Canaria.





Te deseo un buen día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo ver a mi bisabuela Madrelola haciendo ganchillo sentada en el salón de mi abuela Nana. Se me ocurrió tocar la labor para verla más de cerca y no pude: -¡La labor sólo la toca quien la está haciendo, y hay que lavarse las manos primero!.
Yo también tengo dos colchas pequeñas hechas por ella; se las dejaré a mis nietos y les diré que eran de ¡su tatarabuela!.