lunes, 28 de abril de 2008

Cantabria 5 - Osos amorosos

Hola a todos. Volábamos en el viaje de ida a Bilbao, para luego trasladarnos a Cantabria, sobre un mar de nubes y poco a poco éstas fueron dejando claros que nos permitía ver por la ventana del avión montañas pardas, algún río, algo que bien podría ser un pantano y al fondo confundiéndose con las nubes los blancos picachos de los montes nevados. Según nos acercábamos a nuestro destino el esplendor de la nieve iba a más por lo que supongo debían ser estos montes los Picos de Europa que se llaman así porque los marinos antiguamente al acercarse a las costas del Cantábrico podían verlos desde la lejanía y saber que se acercaban al continente europeo. De repente al ir descendiendo un paisaje de verdes y casas con tejas de color rojo inunda el paisaje; estamos sobre el País Vasco y el avión se introduce en vuelo sobre el mar para girar y dirigirse hacia la pista de aterrizaje; preciosos colores el del azul del mar, el verde y ocre de las tierras y el blanco y rojo de las casas.



Nos espera Susana y José Luis y partimos hacia el hotel. Lo primero que noto es la ausencia total de vallas publicitarias por la carretera y autovía de Euskadi y el nombre de poblaciones en los dos idiomas oficiales español y euskera. Nos adentramos en Cantabria y pasamos por sitios que luego veríamos repetidas veces porque esta ruta nos llevaría a distintos puntos previstos en nuestras vacaciones: Castro Urdiales, Santander, Laredo, Santoña... En los recorridos, cuando Susana no nos contaba algunos de sus chistes, anécdotas o información, la guagua iba en silencio o bien se podía oír música. Recuerdo el día que teníamos algún cantante al parecer andaluz con una copla que repetía continuamente el mismo estribillo que me hizo mucha gracia:


¿Qué no te quiero?

¿Qué no te quiero?



¡A qué me voy con mi madre!

Que hoy tenía puchero.




Es esta autovía la que tomamos para ir al Parque Natural de Cabárceno en nuestro penúltimo día que está a quince kilómetros de Santander. El día está oscuro y a pesar de nuestras súplicas no nos libramos de la lluvia en la visita al Parque lo que deslució el espectáculo de los animales en semilibertad puesto que muchos se cobijaban y nosotros íbamos con paraguas abiertos. Cabárceno es un pequeño pueblo minero que dio nombre al Parque porque mina de hierro desde la época romana era esta enorme extensión de 750 hectáreas, equivalentes a 750 estadios de fútbol, que hoy luce esplendorosa como Parque Natural. Animales de cinco continentes en un número de mil y pocos ejemplares van y vienen por los amplios espacios acotados: leones, elefantes, tigres, gamos, monos de Gibraltar, ciervos, gorilas, antílopes, rinocerontes, avestruces, leones marinos y qué sé yo cuantos más. Para dar un recorrido completo por el Parque en guagua hay que recorrer veintidós kilómetros. No recorremos tanto y paramos cada poco para intentar hacer fotos bajo la lluvia; los elefantes están algo lejos en una especie de piscina donde se bañan para luego llenar la corteza de su piel con barro para protegerse; los leones casi no se dejan ver; a los tigres pude fotografiar en bonitas instantáneas; se me escapó un majestuoso ciervo cuando estaba dentro de la guagua; los gamos me salieron borrosos...


En lo que sí tuvimos suerte porque aún no había aparecido la lluvia fue con los osos pardos, preciosos animales que se mueven en una extensión considerable de terreno y que se acercan hasta donde estamos (los vemos desde arriba) y podemos hacerles cuantas fotos queramos. Alguno se pone de pie sobre sus cuartos traseros en toda su enorme altura pidiendo comida y otros pasean de un lado a otro como si con ellos no fuera la cosa. Pero la imagen más bonita era la de dos o tres parejas de osos amorosos que tratando de amortiguar el frío reinante y haciendo lo que la Madre Naturaleza les ha enseñado hacían sus deberes para perpetuar la especie. Dio lugar ello a risas y comentarios mientras las cámaras trataban de perpetuar tan noble intento.











Y no sólo los animales merecen ser vistos; la montaña, cortada a golpes de pico y pala por los mineros, ha dejado numerosas rocas que emergen del suelo con color del hierro y verde del musgo y aun se conservan una rampa en la que se lavaba el mineral y unas vagonetas para el transporte y unas casetas, mientras una vegetación bien cuidada hace compañía a una zona de lago y a otra de bosques, y si eres curioso puedes ver fotos antiguas en la pared de la cafetería donde se ven a los mineros en cielo abierto golpeando la piedra para sacar el mineral.



Te deseo un buen día.

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