jueves, 20 de agosto de 2009

Latok II

Hola a todos.

La primera noticia sobre el accidente sufrido por el escalador Oscar Pérez la escuché en RNE. Me enteré que estaba solo en una montaña de Paquistán, Latok II, de seis mil y pico metros de altura en donde lo había dejado su compañero Álvaro Novellón para ir en busca de ayuda. Supe que se estaba organizando un grupo de escaladores que con ayuda del ejército pakistaní intentarían acudir contrarreloj en auxilio del accidentado. Día a día los medios de comunicación daban cuenta puntual de los avances, de las dificultades, y sobre todo del afán de los implicados en intentar lo que parecía una proeza imposible. Supongo que hasta los más descreídos rezaban a Dios porque la aventura tuviera un final feliz. Pues un hombre, desconocido para la mayoría, estaba en una situación muy difícil. Estaba solo y herido y podía morir solo colgado de la montaña.


A mí, la posibilidad de que Oscar muriera solo, era la que más me angustiaba. Todos hemos de morir pues tenemos el privilegio de la vida, pero supongo que todos queremos tener para nuestros últimos instantes la compañía de otro ser humano. En el caso de Oscar desgraciadamente no pudo culminarse el rescate. Las condiciones atmosférica y la consideración del peligro cierto que podían correr los rescatadores (además de la certidumbre que después de diez días dificilmente se encontraría al joven vivo en las condiciones en que estaba), aconsejaron no seguir en su búsqueda.


Seguro que Oscar estaría preparado para estos lances del arriesgado deporte que practicaba. Quiero creer que recibió la muerte sin angustia pensando en sus familiares y amigos y encomendándose a Dios. Deseo pensar que murió como el deportista que era atacando la hazaña más noble de su joven vida: la de su muerte allá arriba cerca de la cumbre que intentaba con su compañero conquistar. Descanse en paz.


Te deseo un buen día.

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